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Carlos Martín Beristain: “Ninguna herida se cura sin el bálsamo del respeto”

Sábado.24 de febrero de 2018 317 visitas Sin comentarios
Las consecuencias de la polarización política. #TITRE

El psicólogo experto en reparación social subraya que “hay que llevar la discusión al contenido; sin juzgar, descalificar ni ser valorativos”.

Ana Macpherson, Barcelona

Carlos Martín Beristain, médico y doctor en psicología, tiene una larga experiencia en mediación de conflictos en medio mundo y se le considera un especialista en conceptos que ahora aparecen como propios en Catalunya como la reparación psicosocial.

Es autor de varios libros sobre conflictos en Colombia y México y su experiencia abarca desde
El Salvador de finales de los ochenta, cuando los asesinatos de los jesuitas, a la Colombia de las últimas décadas, pasando por las víctimas habidas en el País Vasco, las de ETA, las de la policía, las del GAL. Ahora trabaja en Colombia para hacer posible una comisión de la verdad. Sabe mucho de polarización social. “Es lo que os viene”, afirma sobre Catalunya, “sobre todo cuando un conflicto se lleva de esta manera”.

¿De qué manera?

La polarización social crece cuando la represión aumenta, y también de forma intencional cuando alguien trata de ganar control del conflicto a través del control de la gente. La llamada “guerra contra el terrorismo” de Bush para justificar la invasión de Irak por ejemplo, hizo que amigos de la universidad se convirtieron en enemigos por no estar de acuerdo. La opinión se divide en dos extremos, no hay colores, la percepción se estrecha en un nosotros y un ellos rígido. Y con una fuerte carga emocional, sin matices. De repente los hechos te involucran personalmente, todo te toca personalmente, aunque objetivamente no sea así.

¿Empeora por convertirlo en algo personal?

Se pierde capacidad de análisis porque la respuesta es directa y emocional, y se vive como un ataque personal. La cuestión no es la discusión política sobre el estatus de un territorio o una comunidad política, sino un problema familiar o personal que frecuentemente está mediatizado por discursos políticos polarizados. Y cuando el conflicto toca la identidad, mucho más. El jesuita Ignacio Martín-Baró, asesinado en el Salvador en 1989, decía que la polarización quiebra el sentido común.

¿Por qué se produce esa quiebra del sentido común?

Porque en lugar de preguntar “tú qué dices” preguntamos “tú de qué lado estás”. Esa suplantación impide hablar de las cosas, impide entrar en el contenido, que es la única manera de quebrar la polarización. Porque según cuál sea tu opinión o la que yo creo que tú tienes, se te posiciona en un lugar, se obliga al espacio social a posicionarse en los términos que ya están establecidos. Y si tú no te pones en uno, te ponen en el contrario. Otro de los peligros de la polarización es que el pragmatismo instrumental sustituye a la ética, es decir lo que es bueno es lo que es bueno para mis intereses.

¿Crecerá?

Lo que hay frecuentemente es una sobrerrepresentación de esa polarización y los medios de comunicación la fomentan. Lo hemos vivido en la sociedad vasca. Llega un punto en que parece que la verdad es el titular, el artículo de opinión, no lo que tú piensas o hablas con otros. Hay que tomar cierta distancia psicológica. La sociedad está triste, o cabreada porque ves que te mienten y te sientes agredido, como con los comentarios despectivos a raíz de las agresiones del 1-O. Al final acabas con una visión sesgada de la realidad, una memoria distorsionada en la que miras solo lo que confirma lo que piensas. El resto de opiniones o ideas no te interesa. Pero esa sobrerrepresentación que se hace desde los medios tiene un impacto no solo en cómo se representa la realidad, sino en que la gente esté más afectada. Y más polarizada.

¿Se está mejor en uno de los polos?

Proporciona seguridad emocional. Sobre todo si crees que el tuyo es el que más poder tiene. El problema no son las convicciones políticas sino la manipulación.

¿Qué se puede hacer para frenar esa tendencia?

Hay muchas cosas en las actitudes sociales que pasan por el liderazgo político. Estamos condicionados a pensar según los estereotipos propagados por muchos medios de comunicación, muchas veces el espejo en el que nos miramos. Y lo peor es repetir el pensamiento que se nos da. Tienen una gran responsabilidad.

¿Alguna estrategia para los de a pie?

Hay que intentar llevar la discusión al contenido, las alternativas teniendo en cuenta las diferencias, e ir a la regla mínima común, el suelo en el que estamos de acuerdo: respetar los derechos humanos. Se trata de reconocerse con el otro en lo que se tiene en común, proteger el espacio compartido y situar la discrepancia en su sitio real: la situación política.

Pero hoy en Catalunya la discrepancia es la que lleva a muchos vecinos a insultarse en el patio de la manzana durante una cacerolada.

Hay que separar la discrepancia de la descalificación. Y a veces hay fases distintas que van y vienen. En el País Vasco vimos cómo había momentos en los que era posible hablar muy abiertamente del problema de la violencia. De forma muy polarizada, pero se podía hablar. Y en otras se pasaba al silencio, para protegerse. No hay que perder el derecho a la palabra. Y eso nosólo pasa en Catalunya, pasa también en España aunque de otra manera.

Eso está pasado en muchas casas y muchos trabajos en Catalunya.

El problema es que con la situación como está, desgraciadamente va a a seguir pasando. Se necesitan dar pasos para despolarizar y poder buscar salidas políticas al conflicto. Pero cuando hablo de todo esto, pienso en los catalanes y en la sociedad española.

¿Es inevitable? ¿No se sale?

Llega un punto en que la polarización se quiebra. Si el conflicto se prolonga y se llega a un empate, por ejemplo, donde ninguna de las posturas va a ganar más, se produce un empate de posiciones polarizadas. Y la fatiga. También se quiebra por el sufrimiento personal o por las secuelas económicas. O cuando choca con la realidad, cuando la representación del conflicto es tan distante de la realidad personal. Como pasó en el País Vasco.

Como ciudadana, ¿qué puedo hacer?

Lo primero poner distancia y verlo como un conflicto político. No dejar que todo lo íntimo se vea afectado. Hay que recuperar la capacidad de análisis. Tomar distancia del discurso dominante, porque la polarización fabrica una verdad única. Tampoco creerse el discurso de la impotencia.

¿Qué más?

Cuidado con el efecto rumiación, cuando todas las conversaciones hablan de lo mismo, no dejas de dar vueltas al tema todo el día, y hasta tienes problemas de sueño o preocupación permanente. No digo que la situación no sea preocupante, digo que hay que evitar el efecto rumiación: pensar en otras cosas importantes que permitan distender, y no dejarse arrastrar. Eso no te impide ir a la manifestación si eso es lo que quieres hacer, pero que no se te olviden las otras cosas importantes que dan sentido a la vida. La rumiación impide a veces ver las alternativas, y por tanto tener también una visión a medio plazo y una estrategia.

Me cuesta empezar a hablar con los que ya sé que piensan lo contrario que yo.

Hay que llevar la discusión, la conversación al contenido. Sin descalificar, sin juzgar, sin ser valorativos. Ser descriptivo en el análisis planteando la propia posición. Y buscando, si los hay, puntos en común. Y también la aceptación de verdades complementarias. Yo estoy dispuesto a aceptar que no se pueden dar pasos sin la mayoría, si tu estás dispuesto a aceptar que la represión no es el camino.

¿Mejor digo lo que pienso?

Sí, claro, y escuchar la otra posición bajo la regla del respeto. Tratando de ver qué hay de verdad en las distintas posiciones. Y evitar dejarse llevar por mentiras institucionalizadas. Estar atento, porque la rabia es muy fácil de utilizar. Y buscar informaciones alternativas. No entrar al insulto, al desprecio o la humillación. ¡Qué poco se cuida el tejido social! Y no creerse el mandato de la impotencia. Pusimos en marcha la experiencia Glencree, con la dirección de víctimas del Gobierno vasco bajo mandato de dos lehendakaris de dos partidos distintos, en las que reunimos a víctimas de ETA, del GAL y FSE cuando parecía imposible, había violencia y los políticos no hablaban. Se puede hacer. Pero se necesita activar el tejido social y no dejarse contagiar por la desesperanza.

¿Se puede cambiar así la tendencia a la polarización?

Se necesita un clima social positivo. Pero aunque ahora no lo haya, no hay que dejarlo para otro tiempo, no hay que esperar a que el conflicto madure. Hay que intentar que la discrepancia se pueda hablar, y tener una estrategia que incluya esta perspectiva de la convivencia. Ninguna herida se cura sin el bálsamo del respeto.

¿Afecta el lenguaje?

La polarización también conlleva un uso del lenguaje que la potencia y que impide buscar salidas. Si yo digo violencia terrorista quien me escucha va a decir que solo hablo de la violenciade ETA. Si digo violencia política me van a decir que estoy legitimando la violencia. Es un ejemplo de cómo el diálogo se ve secuestrado por esa polarización. Necesitamos lo que Paul Ricouer señalaba como hospitalidad lingüística, un lenguaje que permita que las distintas experiencias se reconozcan en él. Una cosa a evitar son los pánicos morales o los tabúes: Aznar dijo en el caso vasco que la paz no tiene precio, con lo cual no se podía hablar porque eso era “pagar un precio político para la paz”. Zapatero llegó con un discurso que inicialmente quebró eso, diciendo que la paz no tiene precio político, pero la política debe dar pasos para contribuir a la paz. Si en el lenguaje o la práctica predominan los tabúes o los estigmas no hay salida.

La Vanguardia