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Bud Spencer contra la mafia bananera

Miércoles.27 de julio de 2016 166 visitas Sin comentarios
Diagonal. #TITRE

’Banana Joe’, una muestra de comedia popular con mensaje, relató el enfrentamiento de un héroe imperfecto con los expoliadores de la comunidades indígenas.

Ignasi Franch

El reciente fallecimiento de Bud Spencer ha generado un pico de nostalgia en la generación Nocilla. En los inicios de la televisión privada en España, parte de la juventud creció con las películas que protagonizaron el intérprete italiano y su compañero ha­bi­tual, Terence Hill. Las comedias de acción física, repletas de caídas y bofetadas, fueron su especialidad. Los efectos de sonido subrayaban la irrealidad de una violencia heredera del slapstick y los cómics de Astérix y Obélix. Los personajes de Spencer y Hill combinaban las nociones de héroe y antihéroe: podían ser pícaros, vagos o inconscientes, pero tendían a defender a los débiles y a convertirse en campeones de causas justas, a menudo sin desearlo.

Puñetazos contra la corrupción

Con Estoy con los hipopótamos, Spencer y Hill ya habían participado en una comedia popular que incluía guiños al ecologismo y la soberanía de los pueblos indígenas. Spencer perseveró en la fórmula con Banana Joe. El filme explica la historia de Joe, el encargado de comerciar con las bananas que se cosechan en su tierra natal, la pequeña isla de Amantido. Ese paraíso cotidiano corre peligro: un terrateniente que manipula los precios del mercado platanero, Torsillo, pretende emplazar una fábrica para extender su dominio del sector. Con unas dotes persuasivas basadas en el diámetro de sus puños, Joe expulsará a los intrusos. Pero la policía embargará su embarcación, cumpliendo órdenes de Torsillo, porque carece de licencia comercial. El protagonista deberá adentrarse en la vida urbana, desconocida para él. Y su perplejidad fundamentará una narración bastante errática y repleta de giros abruptos. En apenas unos minutos, Joe conocerá el ocio nocturno, la burocracia, la formación castrense e incluso la vida penitenciaria.

Por el camino, los responsables del filme cultivan un populismo casi agitador. Aunque usen un tono ingenuo, dibujan una civilización corrompida (y corruptora del oasis rousseauniano de Amantido). Los antagonistas ponen voz al cinismo desarrollista al llegar a la aldea de Joe: “Está llena de niños simpáticos. ¡Un verdadero hormiguero de mano de obra barata!”. La figura de Torsillo difumina los límites entre mafia y empresariado: sus negocios son legales, pero crecen mediante las amenazas y sobornos.

A lo largo de la película, se ataca a los banqueros pero también a las instituciones: el funcionariado es inefectivo, la policía actúa por intereses espúreos, el ministro de Agricultura se deja untar y el ejército resulta ridículo. En la línea de otros entretenimientos de la época, como El Equipo A, el héroe autárquico está legitimado para usar la fuerza en un contexto de quiebra institucional. El desenlace, eso sí, escenifica una tranquilizadora reconciliación con el statu quo y la legalidad vigente.

Sobre la espontaneidad

A través de un personaje bonachón pero irascible, Banana Joe propone un heroísmo posibilista por imperfecto. La película, llena de violencia de cartoon y gángsters caricaturescos, está orientada a un público juvenil al que proporcionar un mensaje constructivo. Como entretenimiento pop artesanal, proyecta una espontaneidad y una ligereza que puede resultar entrañable en tiempos de medida corrección política. Pero esta irreflexión no sólo implica una cierta precariedad estética y narrativa: también comporta una reproducción de inercias indeseables. Se plantea un mensaje anticolonial, pero la mirada es pintoresquista. Algunos chistes, además, caen en un sexismo muy apolillado que se entrelaza con la loa constante a la fuerza física. Que el recuerdo de antiguas veladas televisivas no se convierta, pues, en nostalgia acrítica. //

Fuente: https://www.diagonalperiodico.net/c...