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Algo más sobre los derechos de autor

Lunes.14 de febrero de 2011 40454 visitas - 1 comentario(s)
Koldo Campos Sagaseta + Cigala News #TITRE


Cronopiando

Koldo Campos Sagaseta
Rebelión

Comparto la satisfacción de Carlo Fabretti por la difusión de su obra, así esté pirateada, como celebro que él pueda vivir de los derechos de autor que percibe. Y también respaldo sus opiniones al respecto de la necesidad de hacer de la cultura un bien común y al alcance de todos. Como igualmente deben serlo la alimentación, la salud y la vivienda.

El problema es cómo compaginar todas estas satisfacciones y necesidades con las de los autores.

Yo, por ejemplo, después de veinticinco años viviendo en Latinoamérica, regresé al País Vasco con el mismo patrimonio que tenía cuando marché: ninguno.

Casado y con dos hijas pequeñas, más otra ya graduada en la vida y en la universidad, vivo en Azkoitia, un pequeño pueblo vasco y trabajo de ama de casa. La que consigue el sustento de la familia es mi mujer que, a su pesar, trabaja como contable en un matadero. Lo de “a su pesar” lo digo porque pocas cosas detesta tanto como lo rutinario y aburrido de su trabajo en una persona con experiencia y capacidades para mejor desempeñarse en labores sociales que, de hecho, es lo que vino haciendo como voluntaria en Sarajevo, Bolivia y República Dominicana, donde nos conocimos. A sus ingresos yo sumo 300 euros que percibo del periódico dominicano El Nacional y de Gara en los que publico una columna a la semana. El día me lo paso llevando y trayendo a mis hijas de la escuela, recogiendo, poniendo lavadoras, recogiendo, colgando ropa en el tendedero, recogiendo, haciendo comidas, recogiendo, fregando platos, recogiendo, barriendo, limpiando y, no sé si lo ya lo dije… recogiendo. A ratos, hasta consigo disputarle a mi hija Itxaso y sus 5 años, permiso para sentarme frente al ordenador. Si no fuera porque, afortunadamente, soy una pésima ama de casa y cualquier prueba del algodón me pondría en evidencia, no tendría tiempo ni para escribir estas inquietudes.

A través de Internet me entero del recorrido que siguen mis columnas, mis obras de teatro, mis textos. Así me entero de que la compañía nicaragüense de teatro Dragos montó hace tres años mi obra “¡Hágase la Mujer!”, que la presentaron en el teatro nacional Rubén Darío, también en La Casa de los Tres Mundos, en la Casa de Cultura Hispánica, en un festival en El Salvador. Veo los vídeos sobre el montaje en Youtube. Me escribe en estos días Luis Armando Ordaz, director del grupo de teatro Proyecto Teatro desde Austin, Texas, pidiéndome permiso para montar “¡Hágase la mujer!”. También se comunica conmigo Boris Vizcarra Medina, desde Perú, para solicitar permiso y montar “¡Hágase la mujer!”. El pasado año, la obra fue representada en República Dominicana por un grupo de jóvenes de Santiago ganando el primer premio en el concurso nacional de teatro estudiantil. Años antes la había montado una compañía de teatro puertorriqueño, otra cubana…que yo sepa.

De otra de mis obras “La verdadera historia del descubrimiento de América”, también conozco su andadura a través de Internet. La compañía de una confederación de trabajadores de Venezuela me pidió permiso para montarla; una compañía de Madrid también anda trajinando su montaje…

Algunas compañías se ponen en contacto conmigo pidiendo permiso, otras ni eso.

A todas las que me lo han solicitado les he dado permiso para montarlas sin exigirles pago alguno dado que, también, me han hecho saber que son entidades sin fines de lucro. Los textos, los publiqué gratis, para su lectura, en la colección “Libros Libres” del periódico Rebelión hace ya algunos años.

El problema que tengo es qué responder a quienes me preguntan por qué no escribo más teatro o me piden otras obras que representar y que, por estar tan ocupado en los oficios que mencionaba anteriormente, no puedo escribir.

Supongo que no hace falta que aclare que no es mi intención ser parte de la lista de acaudalados que la revista Forbes publica anualmente, pero si nos encantaría, a mi esposa y a mi, que esos mil euros con los que vivimos hasta el 25 de cada mes, los ingresara yo, con mi trabajo, no ella, de manera que pudiera dedicarme a escribir desde las siete de la mañana hasta las 3 de la tarde, y mi esposa estar más tiempo con sus hijas y ocuparse, también, de sus descuidados intereses.

Ignoro la razón por la que, entre muchos de los que hacen cultura o se nutren de ella, existe la idea de que, a los autores, las ideas nos brotan de las narices a cada estornudo, y el tiempo para materializarlas es un obsequio extra de la madre naturaleza que nos dispensa el sueño, pero desde que me subí a un escenario la primera vez, precisamente, a encarnar a Dios en “¡Hágase la Mujer!”, tuve la oportunidad de confirmarlo: El maquillador y el electricista fueron, en lo económico, los que mejor librados salieron del montaje. Con los años he seguido constatando el mismo temor. Pretender cobrar un libro casi es una ofensa.

Al margen de mi absoluto repudio a la camarilla de impresentables que desde la Sociedad General de Autores medran en su provecho, como autor aspiro a vivir (no necesito piscina privada) de lo que escribo, sólo para poder seguir escribiendo, para poder seguir poniendo obras de teatro en manos de compañías de teatro y libros en manos de editores y librerías. Eso es, simplemente, lo que ambiciono, vivir de mi trabajo.


Una opinión personal sobre el artículo anterior. Por Cigala News.

Para hablar de derechos de autor hay que acotar un poco de lo que se habla. Éstos son una forma de propiedad intelectual consagrada por las leyes de los estados en que vivimos. Y cuando hablamos de propiedad intelectual a veces es peligroso englobar todos sus tipos en el mismo saco. No es lo mismo, por ejemplo, la propiedad intelectual ejercida mediante patente, de un medicamento que podría salvar vidas y que no lo hace en virtud del disparatado precio que le ha puesto el dueño de la patente, que la propiedad intelectual sobre una creación literaria con la que su autor sólo pretende llegar a fin de mes, como es el caso aquí comentado. También merecen tratamientos distintos propiedades intelectuales como la música, el cine, las fotografías etc. Precisamente porque son productos distintos y cada uno de ellos con características propias.

No debemos perder de vista un dato fundamental que está siempre en la base de este debate. Un producto intelectual, al contrario de lo que ocurre con uno material, puede compartirse de forma ilimitada sin que sufra mengua o desgaste. En buena ley lo óptimo sería, ya que no se desgasta, que pudiera compartirse sin restricción alguna entre todas las personas de la sociedad susceptibles de recibir de él cualquier tipo de beneficio.

En el caso que comenta Koldo Campos Sagaseta creo que parece justo que los buenos textos que produce empleando una parte importante de su tiempo diario, si son convenientemente apreciados por el público, puedan suponerle una remuneración proporcionada a su esfuerzo al escribirlos. Esos textos hay que considerarlos igual que el producto de un artesano, que lo vende después de haberle dedicado un tiempo de trabajo para elaborarlo. Si bien el producto material del artesano lógicamente al valor del tiempo empleado en producirlo habrá de sumar el de la materia prima.

Sería otro debate si el artesano o Koldo Campos tienen derecho, no ya a ganarse su vida, sino a enriquecerse con su producto material o intelectual. Koldo Campos anuncia que no es esa su intención y desde luego desde mis criterios no capitalistas considero ilegítimo cualquier tipo de enriquecimiento se haga como se haga. Desde luego éste también.

¿Cómo resolver la duda que plantea Koldo Campos? Bien, se me ocurre que éste podría, como más o menos hace, percibir un dinero cada vez que un diario publica por primera vez y en exclusiva un artículo suyo. También podría publicar libros con sus obras de teatro, sus artículos y ensayos y obtener dinero por su venta. En mi opinión ese sería el límite para conciliar un ejercicio de derechos de autor no abusivo con el poder obtener dinero de una producción intelectual. Que una vez publicados sus artículos se divulgaran en más medios, o que sus libros fuesen reseñados, extractados e incluso fotocopiados no debería producir un intento de cobrar canon indefinidamente. Tampoco parece justo que una persona que tuvo un día una idea ya no trabaje más y viva el resto de su vida de esa renta aprovechándose precisamente de su falta de desgaste. Muchísimo menos debería suscitar la tentación de recurrir a los mecanismos punitivos del sistema para castigar a quienes quisieran disfrutar de la creación de forma gratuita.

Evidentemente el éxito y predicamento del autor entre el público marcaría la capacidad recaudatoria de la publicación de artículos y venta de libros y determinaría si ésta basta o no para satisfacer las necesidades económicas de Koldo Campos y su familia. En caso negativo deberían compaginarlo –como hacen- con otra actividad e incluso asumir que su deseo no puede realizarse. No será ni la primera ni la última persona que trató de ganarse la vida con algo que le gustaba pero no lo logró, ya que lo que ofrecía a la sociedad o bien no tenía éxito o no estaba suficientemente valorado en lo monetario. Y el que escribe, algo de esto ya vivió también. Lo mismo le ocurre al artesano, por cierto, como bien nos explicó Saramago en “La Caverna”.


Ver también:

Rafael Simancas: ¿Por qué abolir sólo la propiedad intelectual?


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  • Algo más sobre los derechos de autor

    15 de febrero de 2011 12:07

    ¿No le interesaría mejor cobrar un sueldo como amo de casa?

    Hace unos 10 o 15 años estábamos discutiendo este tipo de posibilidades...

    Ni nos imaginábamos que podría venir el 11-S a despertarnos de nuestro mundo feliz petrolífero...

    internete
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    PD: Pero está claro que no hay ningún límite en relación con como puede empeorar el mundo cada minuto que pasa, cuando estamos completamente decididos a no cambiar y a seguir como sea instalados en el "virgencita, que me quede como estoy"...

    Cuando lleguemos al fondo mas mierdero y nauseabundo de nosotros mismos, terminaremos tocando cielo por reducción al absurdo...